FUI FELIZ, ECHÉ RAICES
Texto: Mª Pilar Rico ArroyoDicen que los recuerdos acunan el alma, yo lo aseguro.
Primera mitad de los
años sesenta del siglo pasado, un día como otro cualquiera.
Simples paréntesis en
mis recuerdos. Mis recuerdos se agolpan… me disperso.
Las puertas abiertas,
el olor a leña de las chimeneas, siempre hacía frío; las lumbres encendidas
para calentar las casas, la leche hervida recién ordeñada y una rebanada de pan
untada en nata o mantequilla con azúcar -un
buen desayuno-. Es Fiesta, las
campanas de la Iglesia suenan, los aperos y enseres de trabajo descansan, ¡corre
hija, no estás bien peinada..., tienes que colocarte el velo!
Salgo, veo a todos
guapos, las abuelas lucen bonitas toquillas hechas a mano, evito los perros...,
saludos matutinos “buenos días..., buenos días...”
Las niñas van saliendo
de sus casas siempre puntuales y un bullicio llena las calles, cada una al
encuentro de las demás, las miradas picarescas de los niños nos alegran,
coqueteamos, la calle Real…, las cuatro Calles…, la Plaza…. Los mayores
comentan en su caminar “me han dicho que el otro día…, tu vecina dijo…, dicen
que la hija de… sale con…, el maestro comentó que tu hijo…”, no se habla de
política, bueno yo desconocía que existiera (extraña manera de comunicarse).
En Misa, alguna risa
difícil de contener ante cualquier frase inconexa o de complicidad y las
miradas vigilantes de los mayores, necesitábamos su aprobación.
A la salida mi hermano
se acerca…, analiza mis compañías (un especial ángel de la guarda), no tardes
de ir a casa, te esperan para que vayas a por el pan; no olvides coger la tarja (anotación de la compra del
pan).
Un festival de olores
de las cocinas se cruzaba en las calles: a pollo guisado (por supuesto de
corral), a arroz castellano (no paella), a pimientos fritos, a cordero asado, a
torreznos….
Todos en la mesa con la
puntualidad que exigen las normas, hoy patatas a la importancia (yo soy mala
comedora). A mi lado, bajo mis píes ese gato inseparable y gracioso, que
maullaba satisfecho desde la seguridad del alimento que adivina e intuye su
felicidad.
La
obediencia y la sumisión característica de nuestra generación,
a veces carente de motivación para respetar y acatar lo que otros decían, hacía
que nos sintiéramos bien; una relajación en cierta forma entendida, incluso si
algunas cosas nos incomodaban, poníamos en movimiento nuestra capacidad para
entenderlas y lo hacíamos de forma natural. Ni siquiera nos preocupaba
demasiado si los acontecimientos podrían ser de otra forma, porque asumíamos
que cuando se producían así, es porque otros lo habían pensado de la mejor
manera para nosotros. Curioso comportamiento social.
Con el interrogante de
cómo llevar la tarde del domingo, salgo y me acerco a ver a alguna de mis amigas
y charlamos en el corral, fijamos la hora de nuestro paseo hacia La Alegría,
por supuesto con hora de regreso.
Regreso a casa, me
esperan mis padres con una tarea pendiente (a pesar de mi corta edad), debía
ayudar a recepcionar, comprobar y colocar lo comprado en los almacenes de
Arévalo para la tienda situada en el centro de la calle Real, con ubicación en
la entrada de la casa; allí se podía encontrar de todo: tejidos, camisas,
pantalones, boinas, sábanas, toallas, agujas… y cualquier otra cosa
inimaginable.
Cumplo mi obligación y
me marcho para salir: mi propina, advertencias múltiples y abrazos de despedida
como si fuera a iniciar un largo viaje.
Nos reunimos las amigas
y con pasos acompasados, sin despistarnos unas de otras, atravesamos el pueblo
y llegamos a la carretera; nada había cambiado, pero para nosotras el camino se presentaba ilusionante. Nuestras
conversaciones, risas y también algún enfado, llenaban la tarde. Los
encuentros, no por previstos, nos parecían sorpresivos. Nuestra ingenuidad era un valor, nuestra niñez se llenaba de sueños
incumplidos.
Regresamos, la tarde
estaba cayendo, un día más para el recuerdo en el que sois protagonistas todos
los que formasteis parte entrañable de mi vida.
Las cuadras normalmente
estaban adosadas a las casas: gallinas, conejos, cerdos (bien engordados para
la matanza), gatos, perros compañeros insustituibles de pastores y hortelanos,
burros que soportaban estoicamente el cansancio, el hambre y el desasosiego…,
carros, aperos de labranza, serones, sacos, tejas apiladas, todo una galería de
lo que suponía el día a día del principal modo de vida en Martín Muñoz de las
Posadas.
Preciosa Galería de Arte, porque artistas eran
los que con tan pocos medios y mucho trabajo conseguían una magistral OBRA DE
ARTE: los excelentes productos de la huerta (pequeños minifundios), la cría y
cuidados de animales y la supervivencia de la familia; por supuesto, sin
olvidar el inalterable trabajo de la mujer en las casas y las huertas, dándonos
un ejemplo de economía -lección que no supimos aprender-.
La idiosincrasia de los
pueblos, de sus gentes y de sus costumbres son patrimonio inherente de su
cultura, y mi pueblo –porque lo he
sentido así- e imprimió en mi carácter: los
cebolleros somos leales,
hospitalarios, trabajadores, humildes y familiares.
Las vivencias atesoradas
en mi mente han sido la mejor ayuda para cimentar mi escala de valores; gracias, muchas gracias. Nuestros hijos
han nacido en un entorno diferente, donde la propia iniciación desde pequeños
les hace ser directos protagonistas del cambio que se ha producido; han
aprendido por la simple evidencia de lo que ven. Pero ese cambio no hubiera
sido nunca posible sin vosotros, hombres y mujeres de aquella generación
auténticos protagonistas de la historia.